Crónica Juan Ramos 17/10/2004
Monteábamos el domingo la finca Juan Ramos, de amplia tradición en el grupo desde sus comienzos, como casi siempre cumplió la finca, abatiéndose cantidad y calidad en una mancha que por las circunstancias de las fincas colindantes, poco a poco se está convirtiendo muy a su pesar en un cercado, puesto que únicamente quedan libres de malla cinegética dos de sus lindes.
A pesar de esto y gracias al “celo” de su dueño Julio Fernández Trejo, siempre nos depara gratos momentos venatorios, comenzaba el día con un poco de viento algo molesto para los puestos sobre todo la armada de las llanas, que como sucediera el día anterior, vio las reses en grandes grupos y una vez soltaron los perros desaparecieron para ir a buscar la mancha y se terminó la montería para ellos, pero el resto de armadas se divirtió, puesto que aunque los perros no estaban para muchas carreras, como había guarros en la mancha se hizo muy entretenida, en especial la armada de los puertos, dónde tiraron bastante a pesar de seguir fallando en demasía, al final se contabilizaron 20 venados de los que destacaban tres sobre el resto, a pesar de cómo comentaba la calidad era muy superior a temporadas pasadas, cobrándose también 8 jabalíes, casi todos guarras y el único macho sin boca, pero que por el tamaño de algunas, buen susto les daría al momento de entrar al puesto y 16 ciervas.
Concluyó el día como siempre en este grupo con una distendida comida, en la que se relataban los lances de la mañana y entre los cuales me gustaría destacar el siguiente, que es rigurosamente cierto a pesar de lo increíble del relato; El puesto número cuatro de la armada de la longuerilla, estaba comiendo unas almendras saladas que tenía sobre la funda del rifle, cuando una cierva se le acercó, se quedó petrificado esperando por si detrás podría venir el venado, cuando la cierva se fue directamente hasta él, le dio dos vueltas a su alrededor y se puso a olisquear las almendras, la reacción del montero fue agarrarla por el cuello, lo que provocó que el animal se asustara más que el montero y de un fuerte cabezazo lo tirara al suelo dando dos vueltas de campana sobre sí mismo y quedando con la cara pálida, por lo irresponsable de la acción que pudo costarle más que un dolor espalda y por cómo se lo iba a contar a su compañero de viaje y tener que aguantar las burlas de éste hasta su destino.
Afortunadamente sólo quedo en un buen tema de conversación con los amigos junto a las copas que nos servía nuestro buen amigo Javier.